La semana pasada me tocaba un rocorrido por Holanda y Bélgica, una semana de trenes, coches, hoteles, restaurantes, oficinas y cielos grises. Paramos en Amberes, el capital (conjunto de Den Haag) del negocio de diamantes, firme en manos de judios ortódoxes, no se puede huir de un ambiente que parece de ser reminente de una Europa perdida.
En Inglaterra la comida en el trabajo consiste de un bocadillo enfrente de la pantallo del ordenador, en Francia consiste en una hora en un restaurante comiendo tres platos incluso el vino. En Japón es en el medio de las dos, rápida pero de una cualidad que no alcanzan en los mejores restaurantes japoneses en que he comido en Alemania.
Lo bueno del jetlag es que me desperté temprano con tiempo para un paseo por el vecendario antes del trabajo, lo malo es que estaré listo para dormir a la hora de comida.
Me toca otra vez Japón. Esta vez salió al mediodía el sábado y como es invierno se hizo noche en seguida. Llegué el domingo por la mañana con la sensación que me han robado un día. Voy conociendo Tokyo poquito a poco, siempre haciendo túrismo con un jetlag tremendo un día cada vez. Hoy me subí el Mori Tower en Roppongi para la orintación general...y ahora me voy a orientar hacia la cama.
